Veinte poemas de amor y una canción desesperada, por Pablo Neruda

escritores, poesía

pabloneruda

Puedo escribir las líneas más cursis esta noche. Puedo mentir, por ejemplo, y decir que la noche madrileña está estrellada, y que tirita azul la lucecita del Whatsapp a lo lejos. Que miro el móvil cada tres minutos por si me has escrito, que siento un hormigueo en el estómago, que quiero que llueva para quedarme en casa admirando tu belleza. En definitiva, puedo garabatear toda esta hoja en blanco con los piropos y los sentimientos más complejos pero nunca jamás le haría sombra al mejor poemario de amor que se ha escrito hasta la fecha (si no es así, ruego me corrijan). Obviamente, estoy hablando de Veinte poemas de amor y una canción desesperada del gran Pablo Neruda.

Hace muy poco, en una conversación distendida con amigos hablamos sobre el amor. El amor puede ser una prisión, un sueño, una idealización, una forma de vida o la plenitud de algo alcanzado que puede o no repetirse. Durante la curiosa argumentación, algunos veían el amor como una forma de esclavitud social, como algo que nos han dicho que tenemos que sentir desde niños y, que si no sientes, no puedes completar tu existencia de ninguna de las maneras. Qué vida más dura la de jugar a encontrar el amor en un mundo dominado por las apariencias y por las aplicaciones ‘para ligar’.

La concepción más romántica del sentimiento quedó sepultada al instante por una serie de impresiones más bien decadentes. Bécquer nos hubiera odiado por siempre si hubiera escuchado cómo nuestra generación reniega de los tentáculos del amor.

Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso… ¡yo no sé
que te diera por un beso!

Aparcando un rato el ebrio debate, si el amor existe, Neruda es amor. O más bien la poesía de Neruda es todo amor. Solo un enamorado hasta las trancas podría escribir veinte poemas de amor y una canción desesperada con tanto esmero, tanta profundidad, alegría a ratos y tristeza. Una persona que le escribe a otra (u otras) tal cantidad de versos, con ese ritmo y esa melosidad, no puede ser otra cosa que un auténtico maestro del amor en el sentido no carnal.

Ebrio de trementina y largos besos,
estival, el velero de las rosas dirijo,
torcido hacia la muerte del delgado día,
cimentado en el solido frenesí marino.

Cómo orlar los sentimientos, plasmarlos en el papel y ser fuente continua de devoción… este poema puede contestarnos:

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía;

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

La fuerza de Destino

cuentos, escritores, poesía

(microrrelato que he presentado a mil concursos pero que nunca gana nada, a mí que me parece tan bonito…)

Destino se sabía diferente desde el día que nació. A su paso los árboles de troncos más gruesos se resquebrajaban, los pájaros huían, las personas se desmayaban y los niños rompían a llorar. Destino se horrorizaba cada vez que tenía que salir de su habitación. Sus padres procuraban estar lo más lejos posible de él y le recomendaron ejercitar su cuerpo privilegiado, como tallado en dura roca, y se hiciera campeón del mundo de boxeo, así Destino podría hacerse rico. Mató a tres contrincantes; nadie quiso volver a pelear contra él. Destino era un salvaje de alma sensible. El primer Ministro de su país lo nombró guardia personal, Destino sin querer hirió a dos hijas del gobernante y fue encarcelado. En la celda supo que ese era su final, el mundo no estaba preparado para una persona como él. Ideó un mecanismo con el somier de su catre y se golpeó fuertemente en la cabeza hasta caer fulminado. Los golpes destruyeron los cimientos de la cárcel, provocaron socavones por todas las calzadas del país, la sangre de Destino recorrió durante días todos los ríos del planeta. El mundo se quedó sin Destino.

La construcción y destrucción del lenguaje

Cine y Series, Libros

(Comparto las conclusiones de un artículo académico que me publicarán dentro de unos meses)

La palabra no es una etimología sino un puro milagro”

(Ramón Gómez de la Serna)

Una palabra, una frase o un conjunto de diálogos son como semillas que se plantan y florecen dentro del imaginario de cada espectador. Las palabras y, en definitiva, el lenguaje son capaces de transformar una historia de una manera tan radical como ha quedado demostrado en el presente artículo.

Desde el momento en el que se elige ésta y no ésa elocución dentro de un sistema de diálogos, estamos aceptando y trastocando una historia que, como en este caso, tiene una base real e histórica que manipulamos (en el buen y mal sentido del término) a nuestro antojo. Los guionistas son ‘personitas’ entrañables (yo me los imagino despeinados y con las gafas muy muy sucias) que calculan el contenido de las voces como verdaderos físicos cuánticos.

El poder de las palabras es capaz de alterarlo todo en la historia de los valerosos 300 espartanos. Pero no solo del lenguaje viven los directores de cine, que reescriben una y otra vez pasajes de nuestra historia sin apenas despeinarse. El tiempo, los objetivos de cada director y la tecnología utilizada pueden convertir en eterna una historia escrita por Heródoto hace más de veinte siglos.

El lenguaje también puede engañaros. Ni Jerjes es el magnánimo rey que todo lo sabe ideado por Maté, ni Leónidas es un hombre afeminado enamorado del capitán de su guardia personal, tal y como se deja caer en varias secuencias de ‘Casi 300’. El lenguaje construye y destruye a su paso por nuestras mentes y es por eso que debemos estar atentos y mantener siempre una actitud crítica. De la pericia del espectador dependerá el nivel de comprensión final de cada cinta, sea cual sea el género elegido o el lenguaje utilizado.

La polisemia del lenguaje es el arma de todo pensamiento.

La enfermedad del hombre de piedra (o de madera)

cuentos, escritores, Libros
Desde hace muchos años tengo un sueño recurrente que traslado a lo que escribo siempre que tengo ocasión. Hoy me entero de que es una enfermedad real, que hay gente que se transforma en puro hueso de manera descontrolada y todo empieza justo después de nacer. Su esqueleto crece más de lo normal y el tronco y las extremidades se endurecen conformando un corpiño insoportable. Los tendones se convierten en hueso, los ligamentos se convierten en hueso, el ser humano pierde todo movimiento hasta quedar reducido a un bloque óseo.

Esta rara enfermedad se llama fibrodisplasia osificante progresiva (FOP), no tiene tratamiento ni cura y afecta a una de cada dos millones de personas. Como en La Metamorfosis de Kafka, el cuerpo humano muta y queda inútil aunque no de un día para otro.

Extracto de ‘Madera de viejo’

 “Estoy viejo y por eso me confunden con un muerto. Me siento de madera roída por la carcoma. Estoy áspero por dentro y por fuera. Pronto el musgo invadirá mi cuerpo”. El sol parecía no quererse calmar y los minutos pasaban muy lentos. Varias veces se le pasó por la cabeza pedir ayuda, pero no lo hizo. Sentía su boca llena de aserrín amargo, era incapaz de articular una palabra. A su mente seguían llegando recuerdos sin descanso y se acentuaba el dolor y la pena. La distancia de un tiempo perdido, de una época entrañable que moriría con él. El abismo inconmensurable se acercaba; su historia y su vida empezaban a desvanecerse, ya no le permanecían.

De pronto una luz lo inundó todo, las aceras se hicieron blancas, las paredes y las personas; el olor se hizo suave y dulce; los coches fugaces se convirtieron en  rayos de luz. Comenzó a bajar la temperatura asfixiante. Estaba inmerso en una nube de algodón blanquecina. Nunca antes una ensoñación había llegado a confundirle tanto. Ya no sudaba, ya no estaba ahogado. Ahora era ágil como un pájaro, sinuoso como una ola en el mar, dulce como un helado en una plaza llena de niños. Ya no era él, sino su interior soñador. Era libre para volver a correr como un adolescente al que le queman las piernas; era dueño de una vida nueva.  En su cabeza ese universo inimaginable se había abierto paso y jamás volvería a  cerrarse. Lo que había encontrado no era el cielo, ni mucho menos.

Dejaba atrás aquel banco de madera vieja, que amenazaba con apoderarse de él, y se encaminaba a experimentar la dulce muerte. El dulce despertar de aquellos minutos de tránsito. El paso de esa vejez triste a la luz. Porque en esos instantes  locos pudo reencontrarse con las sensaciones ya olvidadas. Ya no se sentía astillado, sino fuerte. Y caminó por un sendero para encontrarse con ella. La mujer a la que siempre amó. No le contaría nada de su hijo, simplemente la abrazaría con fuerza.

Cada color del arco iris recorrió sus pupilas, todo lo que añoraba. Durante unos segundos tuvo a su nieto entre sus brazos. Se sentó al lado de una lumbre como en su juventud. Después de tantos años, un espejo le devolvió una imagen amena de sí mismo.

Todo se apagó. Acabó el sueño infinito y la lucha. La tierra sepultaría al señor Núñez. Unos cuantos trozos de madera refinada lo encajonarían para siempre. La  muerte nos iguala y nos convierte en madera.

Extracto de ‘El Apagón’:

 Laura nunca fue la nieta perfecta y pensó en eso durante todo el trayecto de autobús. Recordó triste, pero sin llorar, cómo una vez cuando ella era una niña entrando en la adolescencia su abuela la saludó a lo lejos, desde el balcón de su casa. Laura iba con sus amigas del colegio y prefirió no acercarse a saludar. Nunca supo muy bien por qué hizo eso, por qué no fue corriendo hasta la puerta de la casa a darle un beso o a llevarle una flor de las que crecían asalvajadas en los jardines municipales. Ese sería uno de esos recuerdos que le perseguirían por siempre, allá a donde fuera.

Tampoco fue nunca la mejor amiga, ni la mejor hija. O al menos, eso pensaba durante el regreso a su casa por Navidad. De hecho, no había comprado regalos, ni bombones. Hacía tiempo que detestaba la cabalgata de Reyes y los atragantamientos irrelevantes la noche en la que estás obligado, porque es Nochevieja, a comerte doce uvas.

Una parte de Laura odiaba el final de diciembre y el comienzo de enero y hacía mucho tiempo que había encontrado una explicación racional a esa repelencia navideña. Una noche de Reyes, cuando tan solo tenía unos siete años, se levantó de la cama a beber agua ajena a la Navidad, a los regalos y a los camellos. Después de ingerir el líquido cristalino y de hacer la parada obligatoria en el retrete, vio a su tía con un montón de regalos por el pasillo. Su tía la vio y no dijo nada. Laura supo de inmediato que la hermana de su madre no era ni Melchor, ni Gaspar, ni Baltasar. Y ninguna dijo nada. La magia de la Navidad acabó aquella noche para esa niña que se volvió escéptica a la tierna edad de siete años. Y aunque su padre se esforzó al año siguiente en pintar huellas de camello por toda la casa y en asegurar que uno de los animales jorobados había roto una ventana (que debió romperse durante alguna tormenta), el hechizo había quedado desprovisto de todo efecto y con él se fueron las ilusiones y nació un rechazo, al principio tenue, hacia los dulces y las lucecillas tintineantes. Esa era la historia de Laura y de la Navidad.

  • Va a venir, y no podrás hacer nada por evitarlo, hija mía.
  • Pero, ¿de qué hablas madre? –respondió a su madre desesperada después de intentar razonar durante casi una hora con la mujer que le había dado la vida y le había enseñado todo. Su estrella se apagaba.

La muerte avanzó hacia la anciana agazapada como una alimaña en el bosque. En cuanto la hija, que había hecho guardia durante meses, desistió en su empeño por mantenerla cuerda y serena, la parca lentamente fue absorbiendo la poca vida que aún quedaba en el cuerpo marchitado. Despacio, como un gato, se aproximó a la cama. La abuela gritó de alegría al ver su avance. La hija desolada y asustada comenzó a gritar y a llorar como una cría. Y la muerte rozó la pierna derecha de la anciana y convirtió su carne fofa en rígida madera. La habitación comenzó a oler a serrín y a troncos y, finalmente, la sombra abandonó la habitación. La hija, al sentir la rigurosidad de la muerte bajo su regazo, cerró los ojos del armario viejo ya inerte y comenzó su duelo.

Un lugar para dejarte en reposo

cuentos, Libros, poesía
Nunca habíamos estado en el mismo paralelo conscientemente. Nunca habíamos salido de nuestra ciudad en un mismo viaje, en un mismo coche. Nada podía hacerme imaginar que veríamos al mismo tiempo aquel lugar mágico al que llegamos hablando y no en avión. Yo estaba a punto de entrar en un laberinto sin salida y a ti te sobraban chispas de felicidad. Chisporroteabas alegría luminosa, perfecta para las noches oscuras.
No fuimos en taxi, ni en tren, ni en barco. Pero sí que fuimos como volando. La segunda vez que coincidimos en el bar sin nombre de la ciudad perdida, te perseguí con la mirada, como una psicópata. Te diste cuenta más tarde, o quizá en ese mismo instante, no importa. Después te vi en una plaza, más tarde bajo una sombrilla, en un río alejado, en un planeta inventado.

Los mundos que se imaginan y luego se intuyen con un recuerdo, una mirada o una palabra son quizá más divertidos que la realidad traicionera, que el galimatías de los pensamientos racionales. Ideé un lugar en el que dejarte en reposo y volver a verte de vez en cuando, durante el día y también algunas noches.

No supe la transcendencia del primer encuentro, años antes, hasta que el presente se tornó recio, se hizo duro y patente. Quizá nos habíamos cruzado cientos de veces, pero la inocencia de las primaveras más conmovedoras me hizo no verte. No fui capaz de rescatar tu imagen de entre las sombras.

Después te conocí. Disfrutamos. Fuimos libres unas cuantas noches y nos defraudamos. La parte final de la melodía era vertiginosa, divertida y punzante. No lo pude sopoportar y te llevé de nuevo al rincón de los días extraños, a la esquina de pensar.